En su lugar, a pesar del gélido y húmedo clima del centro de la ciudad de México, pedí un Banana Caramel Frapuchino en el Starbucks del Hotel Sheraton y la verdad... ¡Wow, está increíble!
Déjenme tratar de describirlo así:
No dejen de probarlo.
A simple vista parecía un caramel machiatto cualquiera. Fue entonces, tras recibirlo y colocar dentro del envase la pajilla, -popote pour les mexicans comment moi- que de inmediato percibí el vigorizante olor a plátano mezclado con canela: sencillamente, me hizo despertar.
Decidí salir del establecimiento tras comprobar que ya para esa hora, 7:15 estaba atiborrado. Ninguno de sus cómodos sillones de ante o piel se encontraba vacío, y ya no hablemos de las secciones del periódico Reforma que tienen de cortesía.
Mesas ocupadas por laptops, y un mar de individuos de distintos orígenes étnicos y hablando por lo menos tres lenguas además del español se encontraban deambulando por los alrededores de la barra a la espera de sus bebidas personalizadas, mientras que por no lejos de ahí algúno pedía "un Latte light venti deslactosado".
"Come on! ¿Cómo pueden pedir algo así?" -me pregunté-; escasos instantes después escuché: "quierou un Capuchinou altou con... em... un shot de mint, por favour".
Al instante, se volvió mi rostro y halló a una hermosa mujer de unos treinta y tantos, alta, de más de 1.75 mts, extremadamente blanca, de cabello castaño largo, traje sastre color gris oscuro y tacones negros. Olía como a lavanda.
"Debería de venir más seguido a esta hora", medité brevemente mientras suspiraba con una más que alargada exhalación. Resignado, me dirigí a la puerta de salida, hacia la fría mañana sobre el Paseo de la Reforma.
Mientras cruzaba la calle y observaba al Ángel de la Independencia rodeado de tablones de madera, varillas y mallas negras, decidí, finalmente, dar el primer sorbo: destacaba, obviamente, el sabor acidulce del fruto del banano, el cual contrastaba con el cuerpo y el tostado del expreso, los cuales eran complementados muy sutilmente por un dejo sabor cajeta.
Regresé a la oficina, y ya para entonces me moría de frío... ¡Sólo a mi se me ocurre beber un café con hielos cuando la temperatura ambiente no pasaba de los 5 centígrados!
Pero he de decir en mi defensa que disfruté hasta la ultima gota. Pasé con el dedo índice los sobrantes de la espuma y el caramelo, y cual niño pequeño, con el popoté, traté de absorber, ruidosamente, las más mínimas y aisladas gotas de la ya disfrutada bebida.
No dejen de probarlo.
Je suis très ravi!
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