miércoles, 19 de septiembre de 2007

19 de septiembre

Quizá el respetable se haya preguntado por qué en fechas recientes el que suscribe esta bitácora no ha actualizado con tanta frecuencia. La respuesta es simple, desde que entré de nuevo a la universidad y he vuelto a entrenar en un equipo de béisbol, después de más de 20 años de no hacerlo, ha conllevado a perder (afortunadamente) lo que da nombre a este célebre [dicen] blog: el insomnio.

No por ello, quiere decir que ya no escribiré jamás --no way--. Me permito contar brevemente algo que aconteció en este día.

Hace 22 años (1985), la capital de mi país, la ciudad de México, fue cimbrada por un par de sismos que provocaron la muerte de (oficialmente) más de 10 mil personas y la destrucción de cientos de edificios. En aquel entonces yo cursaba el segundo grado de primaria y dado que mi colegio se encontraba en la zona centro, --que a la postre fue la zona más afectada-- me tocó ver de camino edificios derrumbados, calles destruidas, incendios, heridos etc.

Pues bien en este día las autoridades organizaron un "megasimulacro de evacuación" en el que todas las oficinas gubernamentales, escuelas, corporativos debían participar a las 10 de la mañana. Lo curioso aquí fue que, en la dependencia en la que laboro, se adelantaron 45 minutos al evento [y los medios ni se enteraron, oh... shame].

Pero lo que me hizo sentirme particularmente mal en este día, fue que, cuando llegué a la universidad, uno de los temas obligados de conversación fue precisamente ese: "el día del temblor". Y resultó que ninguno de mis "compañeros" había siquiera nacido para ese entonces [todos son modelo 86 y posteriores], por lo que la charla la acaparamos una profesora de organismos internacionales y un servidor...

Ah, pero lo peor de todo fue que todos nos veían impávidos, como si les narráramos una novela de ciencia ficción [War of the Worlds alike] o mejor dicho, nos contemplaban de manera similar a aquella chaviza que aparecía boquiabierta cada semana en el set del programa televisivo de los cuentos de Cachirulo.



Oh God, I'm feelin' old.

viernes, 7 de septiembre de 2007

All'alba vinceró (Al Alba venceré)

"Siempre admiré la gloria divina de su voz, ese timbre inconfundible, desde las notas bajas hasta lo más alto del registro de un tenor. Rompieron el molde después de hacer a Luciano".
-Plácido Domingo (tenor y director de orquesta español).

"Fue la voz más hermosa del siglo 20. Siempre fue mi ídolo absoluto, no sólo en la sala de ópera, sino también en los estadios".
-Juan Diego Florez (tenor peruano).



El día de ayer justo cuando llegaba a mi oficina, lo primero que vi en los diarios fue la muerte del Gran
Luciano Pavarotti. El gigante de Modena, Italia, falleció a los 71 años de edad como consecuencia de un cáncer pancréatico que lo aquejaba desde hacía dos años aproximadamente.

No quisiera profundizar acerca de su mal llamada "revolucionaria forma" de acercar la lírica a "las masas"; o que joven quiso ser futbolista; o que en verdad era un tenor lírico, pues no era muy docto en la lectura de la partitura; en vez de ello, quisiera versar en lo siguiente:

¡Claro [obvio] que su voz era única! También erá limpia, llena de vigor, y emocionaba [me gusta también la palabra estremecía], incluso hasta las lágrimas a cualquiera que lo escuchase, aún si no entendías una palabra de italiano, napolitano, francés, o latín.

En lo personal, me era inclusive sí su canto se había vuelto "comercial" porque le daba lo mismo cantar con Michael Bolton [esto último sí fue aterrador], Frank Sinatra o Bono (Children of Sarajevo), que con cualquier compañía de ópera del mundo; o si los llamados tres tenores (en conjunto con Josep Carreras y Plácido Domingo) eran en realidad los "tres terrores"...

Quizá lo que sus acérrimos críticos nunca comprendieron es que la música, en este particular, la ópera es y será siempre un espectáculo, El Gran Espectáculo, para el cual, citando la letra del aria Vesti la Giubba (el video que aparece a continuación), el intérprete tiene necesariamente que "ponerse el traje"; ya sea de payaso (Canio - I Pagliacci), príncipe chino (Calaf - Turandot), gitano español (Manrico - Il Trovatore), poeta (Alfredo - La Travita; Rodolfo - La Bohème), duque (Rigoletto), campesino (Nemorino - L'Elisir d'Amore), soldado de un regimiento (Tonio - La fille du Régiment), pop star o embajador de las Naciones Unidas... de cualquier manera era un deleite verlo y escucharlo.



Es más, en la última presentación masiva que tuvo (la inauguración de los Juegos Olímpicos de Torino 2006), aún cuando ya se veía visiblemente disminuido, no sólo sorprendió el que estuviese presente en el evento, sino que entonó, como era característico en él, un bellísimo Nessun Dorma.

No se si el Gran Tenor de la segunda mitad del siglo XX pensó que aquella sería la última vez que entonaría la emblemática ária de
Turandot, pero curiosamente, su muerte llegó cuando despuntaba el alba. Me gustaría creer que entre algunos de sus últimos pensamientos estuvieron, parafraseando un fragmento de ésta: "Dilegua, o notte!... Tramontate, stelle! Tramontate, stelle!... all'alba vinceró" (¡Disípate, oh, noche! ¡Tramontad, tramontad, estrellas! que al alba ¡venceré!).

Se fue el Gran Luciano, pero nos deja un amplio y maravilloso legado musical, mismo que, como muy sabiamente dice hoy Carlos Montemayor, en su artículo en La Jornada, es "un refugio para la alegría".