La siguiente es una historia verídica.
Sábado por la mañana. A minutos de salir para la Ibero.
-¿De quién son esos chilaquiles que están en la cocina? -preguntó el que suscribe este post-
-Los compró tu papá ayer -respondió a la distancia la "madre querida"- ¡Ahhh!... pero como no los metí al refri [nevera o añada el modismo mas ad hoc de su país] a lo mejor ya están echados a perder -añadió-.
Una vez que el buen Josef destapó el traste de poliestireno, suspiró ante la triste realidad de que tal vez se había quedado sin desayuno y, resignado, regresó a su recámara para terminar de empacar sus libros y demás parafernalia.
Mientras ello ocurre, y sin que el ya no tan joven hijo se diera cuenta, la amorosa progenitora se aprestó rumbo al desayunador, abrió la alacena, sacó algunos enseres, escogió una sartén, mismo que puso a fuego bajo y comenzó a preparar lo que sería su solución a la quizá involuntaria omisión de la noche anterior.
Minutos después...
-¡Ya está servido, ven a sentarte! -replicó mamá-.
-¡Ah, gracias, ma! -dijo el sorprendido vástago-.
Mientras se dirigía hacia lo que sería su primer alimento del día, nuestro protagonista meditaba sobre la rapidez con la que fue resuelto el primario dilema, ello debido a que él mismo había revisado momentos antes el frigorífico sin hallar nada en éste que pudiera haberle apetecido. Cuando llegó al comedor, tal se encontraba debidamente preparado: con la manteleta, los cubiertos debidamente ordenados, la copa con jugo de toronja, y un plato cubierto con una tapa plástica que preservaba el calor de lo que se veía como un suculento huevo revuelto con tortillas de maíz, mientras que del cuarto contiguo comenzaba a despedir el agradable aroma de café recién preparado [costaricense, of course].
-Mmm... pero que bien se ve esto -pensó el gourmetragaldabas al tiempo que depositaba su mochila en otra silla-.
Con su mano izquierda tomó el tenedor, llevó el primer bocado a la boca e inmediatamente, y justo cuando comenzaba a masticar, su temperatura corporal se elevó de súbito y sus fosas nasales comenzaron a emitir mucosa copiosamente. "¡Agua...! ¡Pan...! ¡Queso...! ¡Pan...!" -buscaba despesperado y completamente confundido el comensal mientras que el ardor en la lengua y los oídos se hacía cada vez más insoportable-.
Mientras tanto, en la sala de la casa, el padre de Josef contemplaba absorto la escena. "¿Qué te pasa? Oye, pero ¿por qué estás comportándote como troglodita... si se te hizo tarde para irte a la escuela... es tu culpa", decía. "¡Pan...! ¡Leche...! ¡estoy... enchilado!" -interrumpió balbuceante el hijo-.
Momentos después, padre e hijo preguntaron, impavidos: "Pues ¿qué le pusiste a ese huevo con tortilla?"
-Chile habanero -respondió con naturalidad la madre-
-¡¿Qué? pero ¿cómo haces eso, si tu hijo no come chile?! -Interrogó una vez más el padre de familia-.
-Pues quería chilaquiles, ¿no? -sentenció muy segura de si misma la esposa, sin reparar en las consecuencias de sus acciones-
-¿Y cuántas gotas de chile le pusiste, si se puede saber? -terció el hijo-
-Ah, pues como no había jitomates, le puse mucha, para que te quedara como salsa -externó nuevamente quitada de la pena la mamá-.
Sábado por la mañana. A minutos de salir para la Ibero.
-¿De quién son esos chilaquiles que están en la cocina? -preguntó el que suscribe este post-
-Los compró tu papá ayer -respondió a la distancia la "madre querida"- ¡Ahhh!... pero como no los metí al refri [nevera o añada el modismo mas ad hoc de su país] a lo mejor ya están echados a perder -añadió-.
Una vez que el buen Josef destapó el traste de poliestireno, suspiró ante la triste realidad de que tal vez se había quedado sin desayuno y, resignado, regresó a su recámara para terminar de empacar sus libros y demás parafernalia.
Mientras ello ocurre, y sin que el ya no tan joven hijo se diera cuenta, la amorosa progenitora se aprestó rumbo al desayunador, abrió la alacena, sacó algunos enseres, escogió una sartén, mismo que puso a fuego bajo y comenzó a preparar lo que sería su solución a la quizá involuntaria omisión de la noche anterior.
Minutos después...
-¡Ya está servido, ven a sentarte! -replicó mamá-.
-¡Ah, gracias, ma! -dijo el sorprendido vástago-.
Mientras se dirigía hacia lo que sería su primer alimento del día, nuestro protagonista meditaba sobre la rapidez con la que fue resuelto el primario dilema, ello debido a que él mismo había revisado momentos antes el frigorífico sin hallar nada en éste que pudiera haberle apetecido. Cuando llegó al comedor, tal se encontraba debidamente preparado: con la manteleta, los cubiertos debidamente ordenados, la copa con jugo de toronja, y un plato cubierto con una tapa plástica que preservaba el calor de lo que se veía como un suculento huevo revuelto con tortillas de maíz, mientras que del cuarto contiguo comenzaba a despedir el agradable aroma de café recién preparado [costaricense, of course].
-Mmm... pero que bien se ve esto -pensó el gourmetragaldabas al tiempo que depositaba su mochila en otra silla-.
Con su mano izquierda tomó el tenedor, llevó el primer bocado a la boca e inmediatamente, y justo cuando comenzaba a masticar, su temperatura corporal se elevó de súbito y sus fosas nasales comenzaron a emitir mucosa copiosamente. "¡Agua...! ¡Pan...! ¡Queso...! ¡Pan...!" -buscaba despesperado y completamente confundido el comensal mientras que el ardor en la lengua y los oídos se hacía cada vez más insoportable-.
Mientras tanto, en la sala de la casa, el padre de Josef contemplaba absorto la escena. "¿Qué te pasa? Oye, pero ¿por qué estás comportándote como troglodita... si se te hizo tarde para irte a la escuela... es tu culpa", decía. "¡Pan...! ¡Leche...! ¡estoy... enchilado!" -interrumpió balbuceante el hijo-.
Momentos después, padre e hijo preguntaron, impavidos: "Pues ¿qué le pusiste a ese huevo con tortilla?"
-Chile habanero -respondió con naturalidad la madre-
-¡¿Qué? pero ¿cómo haces eso, si tu hijo no come chile?! -Interrogó una vez más el padre de familia-.
-Pues quería chilaquiles, ¿no? -sentenció muy segura de si misma la esposa, sin reparar en las consecuencias de sus acciones-
-¿Y cuántas gotas de chile le pusiste, si se puede saber? -terció el hijo-
-Ah, pues como no había jitomates, le puse mucha, para que te quedara como salsa -externó nuevamente quitada de la pena la mamá-.