El otro día escuchaba al compagre decir la siguiente frase "primero existo y luego pienso". Esto en clara contraposición a aquella célebre frase de René Descartes: "Cogito ergo sum (Pienso, luego existo)".
Tal pareciera que al que suscribe esta bitácora de cuando en cuando le ocurren eventos que son "dignos" del Salón de la Vergüenza... o al menos del ridículo --tengo que distinguirme el mérito después de todo y prefiero desquitarme en el blog que pagar "x" pesos en ir a contárselo al psiquiatra cuando llegue a mi crisis de mediana edad--, como con aquella anécdota con el mantel. El mexicano (chilangos dixent), entre sus frases favoritas que utiliza cuando alguien comete alguna tontería pública se encuentra la celebrérrima: "¡Qué oso!"
Quizá el primero que cometí, o al menos del primero que recuerdo más vívidamente fue aquel cuando iba en segundo de preparatoria (bachillerato). En cierta ocasión me encontraba tirando canastas con mi amigo Jhon Key, quien solía llevar su guitarra varias veces por semana a la escuela. Ese día mientras jugábamos colocó su "lira" recargada junto a la base de la canasta de basketball.
Al cabo de un rato se acercó cierta niña con su cabello anaranjado y cara de muñeca, quién, por cierto, nos traía a varios de mis compañeros y a mi (bien sur!) con el corazón en pálpite. Y pues como buen adolescente en pleno uso de su testosterona y carencia de sensatez me propuse "impresionarla" con mis claramente escasas cualidades para el basket... especialmente para hacer un tiro de casi media cancha.
Imagine la escena: el balón de marca Wilson flotaba por los aires como en cámara lenta [OP. Inserte como música de fondo el tema central de la película Carros de Fuego (Chariots of Fire)], el tiempo parecía detenerse... la mirada de esta joven musa se desviaba lentamente para contemplar cabalmente la trayectoria de aquel ovoide que ostentaba los mismos colores que su cabello, cuando de pronto... [OP. quitar de súbito la música] la pelota comenzó a caer rápidamente a escasos centímetros del aro y se precipitó con toda la fuerza que la gravedad y el impulso le brindaban directamente hacia la guitarra del buen amigo.
Nuevamente pareció como si el tiempo se congelase y por una fracción de segundo pude ver las seis cuerdas del instrumento musical en fuga hacia distintas direcciones, así como el brazo y multitud de pequeños pedazos de madera, acompañados del tronido semejante al que generaba el personaje del Cabazorro (a.k.a Quickdraw Mc Graw - El Kabong) cuando golpeaba a los villanos en ese clásico dibujo animado de la década de los 60's [favor de dar click aquí para escuchar el referido sonido].
La cara de mi amigo estaba pálida cual hoja de papel (él es moreno) y seguramente pensaba "Mi guitarra...", mientras que un servidor se encontraba rojo como un tomate. Yo no se si en ese momento él quería llorar o golpearme; pero para tratar de resarcir el daño me dispuse junto con él a recoger los pedazos y a pegarlos rápidamente con Resistol 850.
Lo curioso fue que tras mi "oso" su lira obtuvo un sonido en su caja de resonancia mucho más profundo. Pero ese tiro fallido y el consiguiente guitarrazo pasaron a la postreridad.
-o-o-o-o-
El viernes pasado literalmente me fui a trabajar por instrumentos --what else is new?-- y justo antes de hacer mis primeros reportes telefónicos encontré que la engrapadora para grandes volúmenes de hojas se encontraba trabada. Como todas mis demás compañeras se encontraban más atareadas que yo, me dispuse a tratar de ver cómo liberar esa herramienta de su atasco.
Lo intenté con la tapa de un bolígrafo: no funcionó; con una navaja: tampoco; fue entonces que con las yemas de mis dos dedos índice levanté el brazo metálico de la engrapadora para tratar de ver mejor la forma en como esas delgadas láminas de metal se encontraban atoradas. Fue justo en ese preciso instante cuando... ¡zaz! se clavaron.
Instintivamente retiré mis manos, pero no sentí ningún dolor sino hasta que quise separarlas... y pues como no soy pero para nada expresivo --ajá--, ni quisquilloso --ibid--, todo el mundo se dio cuenta de que intentaba desengraparme. Me arme de desesperación y con los dientes jalé la lámina de metal hasta expulsarla. Imediatamente comenzaron a brotar varias gotas de sangre, mismas que inmediatamente me dispuse a limpiar.
El resto del día el dolor en ambos dedos me impidió desde apretar los botones del teléfono hasta tomar objetos como un lápiz; y como recuerdito de este nuevo "oso" tengo dos nuevos lunares; aunque que ya están desapareciendo, afortunadamente. El viernes parecían las extremidades de E.T. señalando a casa (E.T. come home).
Y en casa lo único que me dijeron fue "Es el colmo, como si no manejaras engrapadoras industriales desde niño"; "hay... sólo a ti te pasan este tipo de cosas", lo que me lleva a pensar que sí, quizá hay veces que yo también primero existo y luego pienso.