Así que antes de que el amigo Escribicionista ponga en su bitácora la profesional crítica de la misma [y que tambíen se podrá leer seguramente en Pro Ópera... ¡comercial!], me permito postear mis impresiones del bello espectáculo presenciado.
La gigantesca adaptación escenográfica a cargo de Rolandro Zadra y José Luis Fiorruccio, está inspirada, por su puesto, en la cultura china, particularmente en los Guerreros de Xi'an (mejor conocidos como los caballeros de terracota).
Repito, fue gigantesca dado que el escenario estaba flanqueado por tres de esos colosos así como de un gigantesco dragon dorado y otro dantesco gong, que la hacía las veces de ventana para mostrar a la caprichosa princesa Turandot.
Sobre la música, qué puedo decir, la obra inconclusa de Giacomo Puccini es bella, ágil, sublime y la dirección de la orquesta a cargo de Salvatore Caputo fue sencillamente correcta. Aqui debo señalar que observé un muy, pero muy agradable cambio. Me explico:En México la máxima (y a veces pareciera única) casa de ópera es el Palacio de Bellas Artes. Tristemente, la gente que asiste a ver ópera --no todos, debo de precisar--, tiene el mal hábito de aplaudir a TODO, sí, desde la overtura, cada aria, recitativo... todo (por si quedaba alguna duda), por lo que no se puede disfrutar una escena sin que haya interrupciones.
Pero en esta ocasión afortunada, no fue así ¿Acaso acudiría un publicó más educado en la lírica? ¿Sería que dados los altos precios del boletaje (entre $400 y $1,600 pesos) cohibieron a los asistentes al punto de evitar mostrar sus habituales expresiones de reconocimiento? ¿O sería debido a que la puesta en escena era de origen argentino, que los mexicanos pensaron [espero que esta última teoría no sea correcta] que dado que nuestros hermanos sudamericanos se caracterizan por ser "sencillitos y carismáticos", era mejor palmear hasta el final?
Ahora bien, sobre los cantantes: el tenor José Luis Duval, quien interpretó el protagónico, Calaf, cantó, a mi parecer, bien; sin embargo, se mostró algo temeroso y falto de pasión al entonar el tan famosa Nessun Dorma; en contraste, la que se llevó la velada, fue la soprano argentina Paula Almerares en el papel de Liù, quien lució no sólo vocal, sino escénicamente, y fue quien se llevó las mayores ovaciones del público.
Con respecto al vestuario y las máscaras de Ping, Pang, Pong, y claro, de Turandot, también fueron algo verdaderamente bello; sin embargo, el movimiento de los actores en un escenario tan GRANDE, minimizaba tanto sus accesorios como su presencia.
Ello me lleva lo siguiente: hay un refrán que dice que "a equino objeto de obsequio, no se le observan los incisivos", que es lo mismo que "a caballo regalado no se le miran los dientes"... sin afán de mostrarme como un desagradecido, debo puntualizar que el Auditorio Nacional NO ES UN ESCENARIO ADECUADO para la ópera debido en mucho a que la distancia entre las butacas (o como quieran llamarles) y el escenario es tal que, a menos que el espectador lleve consigo unos catalejos, no podrá disfrutar esos grandes pequeños detalles como son la expresión corporal y facial de los cantantes; y si a eso le sumas que el superletraje se encuentra al centro, y las pantallas en los costados del recinto, inevitablemente acabarás mareado (si ves el espectáculo en la planta baja) y/o con una ligera tortícolis (si estás en el primer piso).
Además, hubo un par de bocinazos [conté ocho microfonos ambientales en la parte frontal del escenario], y algunos de los cantantes como Gabriel Centeno (Pang), en momentos no se escuchaban al mismo nivel que el resto de los protagonistas; aunque lo compensó con una muy agradable y jocosa actuación.
Vinceró, Vince-e-ró.
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