He de reconocer que no se hacer tamales… del todo. En alguna remota ocasión, en casa, mi madre nos puso a ayudarle y como resultado… nos dio diarrea después de comerlos.
En otra oportunidad, cuando trabajaba en la Fundación Hogar Dulce Hogar I.A.P., recuerdo que para el cumpleaños de Ofe ―la presidenta del orfanato―, nos pusieron a toda la banda (28 chavales, entre niños, adolescentes, y a un servidor) a rellenar y envolver en hojas de maíz los citados antojitos, para después colocarlos en una vaporera… ¡esos sí nos quedaron muy buenos!.
El día de hoy, en todo México, y en gran cantidad de países de Iberoamérica, se celebra el Día de la Candelaria, y particularmente en el nuestro es, extraoficialmente, el Día del Tamal.
Con la primera de estas celebraciones, de acuerdo con las tradiciones católico-romanas, se da fin al periodo de festejos por el natalicio del Señor Jesucristo. ―me refiero a los que dan comienzo con la Navidad, ¡No al “Maratón Guadalupe-Reyes”!―
ORÍGENES BÍBLICOS Y DESVIACIÓN ROMANA.
Tras la Epifanía (del griego: epiphanīa que quiere decir Manifestación o Aparición), es decir, la Navidad (del latín: nativĭtasātis, es decir, Nacimiento de la Deidad), y el “Día de Reyes” ―tradición que fue ‘semi adaptada’ por la religión popular a partir del relato del Evangelio según San Mateo 2:1-12, el cual nos habla de la visita de unos magos, y donde jamás se nos dice que fueron tres, ni cuáles eran sus nombres―, en la cual se comparte la “Rosca” ―que simboliza la ‘corona’ de estos supuestos monarcas―; el Día de la Candelaria representa la presentación del niño Jesús en el templo.
De acuerdo con las leyes de purificación judías expresadas en Levítico 12:1-4, cuando una mujer daba a luz a un hijo varón, éste debía ser circuncidado al octavo día; y la madre, debía permanecer 33 días más purificándose de su flujo de sangre; al término de éstos, los padres debían presentarse en el templo para consagrar al niño al Señor. Y la madre, además, debía presentar una ofrenda de expiación. Todo esto, se muestra cabalmente en el Evangelio según San Lucas 2:21-40.
En este relato se narra además el encuentro de Jesús y sus padres con el anciano llamado Simeón, quien, movido por el Espíritu Santo, declaró que Jesús vino “para iluminar a las naciones”. En otros versos del Nuevo Testamento, vemos que Jesús afirma que Él es La Luz del mundo (Juan 3:19; 8:12).
Por supuesto, que en la Biblia no se manejan fechas exactas; sin embargo, se cree que aproximadamente en el siglo V, debido a que algunas religiones paganas celebraban el solsticio invernal el 25 de diciembre y el 6 de enero el aumento de la luz ―y por ende, adoraban al dios sol―, los cristianos de aquella época vieron en estas mismas fechas un símbolo evangélico para celebrar el nacimiento de Cristo, cuya luz ilumina a todo el mundo, mucho más poderosamente que el mismo sol. De allí que la palabra “Candelaria” cuya raíz latina es candēla, quiera decir: luces; no fuego, como algunos erróneamente creen.
Es por ello también, que se recurre a esta fecha, tanto en México, como en algunos otros países, para que a aquellos a quienes les apareció en la Rosca de Reyes el “muñequito” que simboliza al niño Jesús, deban hacer una fiesta para compartir con los demás la alegría, de que Jesús es la Luz del mundo y de sus vidas, al menos eso es lo que debiera simbolizar.
Los católicos tienen además, como rito litúrgico tradicional el llevar al “Niño Dios” (preferentemente el mismo que colocaron en la representación del nacimiento) a la parroquia “vestido ―hasta de futbolista―, engalanado y sentado sobre un trono”. En ese lugar, el o los sacerdotes bendicen a las imágenes y figuras de cerámica, así como las velas (candelas), para que la “luz de Cristo ilumine en sus hogares, aún en las dificultades”.
¿Y POR QUÉ CON TAMALES?
Este es un platillo cuyo origen se remonta a la época prehispánica. La primera referencia la debemos a Fray Bernardino de Sahagún, en su obra “Historia General de las Cosas de la Nueva España”.
Los náhuatles (precursores de los Aztecas) le denominaban tamalli, que quiere decir pan envuelto. Pero no es una comida que se deba atribuir exclusivamente a los mesoamericanos, ya que también existen similares en otras culturas precolombinas, de tal forma que, en Ecuador, Perú y Chile, las culturas Inca y Quechua tenían su propia variante en el “Humita”.
El por qué del consumo de este manjar prehispánico el Día de la Candelaria se debe a dos razones: la primera, porque era el plato destinado no sólo a las fiestas familiares (como el Zacahuil), sino también a las religiosas; y la segunda, por el supuesto carácter humilde de su preparación, considerado el desayuno o la cena de los pobres.
CONSTITUCIÓN
En México, la norma general de prepararlos es con masa de maíz y manteca de cerdo batidos hasta crear una pasta uniforme. Como relleno, existen los salados, como las corundas michoacanas; o aquellos que llevan carne de pollo o cerdo acompañados de salsa verde; rajas; mole; o hasta de achiote, lo que los convierte en tamales de cochinita pibil.
También existen los tamales dulces, aquí si no hay reglas escritas. El más común es el de fresa, pero también los hay de coco, piña, flan, pasas, frutas secas, entre otros; eso sí, todo tamal, antes de cocinarse ya sea en horno o en vaporera, va envuelto en hojas de maíz o de plátano.
Sin duda que los tamales son un indiscutible favorito de la gastronomía mexicana, y aunque el Día de la Candelaria sea el día de mayor consumo per cápita (hoy ya llevo cuatro, y faltan todavía los de la noche), son parte muy profunda de la idiosincrasia mexicana al grado de utilizarse como tono para el teléfono móvil: “¡Compre sus ricos tamales oaxaqueños…!”.
En otra oportunidad, cuando trabajaba en la Fundación Hogar Dulce Hogar I.A.P., recuerdo que para el cumpleaños de Ofe ―la presidenta del orfanato―, nos pusieron a toda la banda (28 chavales, entre niños, adolescentes, y a un servidor) a rellenar y envolver en hojas de maíz los citados antojitos, para después colocarlos en una vaporera… ¡esos sí nos quedaron muy buenos!.
El día de hoy, en todo México, y en gran cantidad de países de Iberoamérica, se celebra el Día de la Candelaria, y particularmente en el nuestro es, extraoficialmente, el Día del Tamal.
Con la primera de estas celebraciones, de acuerdo con las tradiciones católico-romanas, se da fin al periodo de festejos por el natalicio del Señor Jesucristo. ―me refiero a los que dan comienzo con la Navidad, ¡No al “Maratón Guadalupe-Reyes”!―
ORÍGENES BÍBLICOS Y DESVIACIÓN ROMANA.
Tras la Epifanía (del griego: epiphanīa que quiere decir Manifestación o Aparición), es decir, la Navidad (del latín: nativĭtasātis, es decir, Nacimiento de la Deidad), y el “Día de Reyes” ―tradición que fue ‘semi adaptada’ por la religión popular a partir del relato del Evangelio según San Mateo 2:1-12, el cual nos habla de la visita de unos magos, y donde jamás se nos dice que fueron tres, ni cuáles eran sus nombres―, en la cual se comparte la “Rosca” ―que simboliza la ‘corona’ de estos supuestos monarcas―; el Día de la Candelaria representa la presentación del niño Jesús en el templo.
De acuerdo con las leyes de purificación judías expresadas en Levítico 12:1-4, cuando una mujer daba a luz a un hijo varón, éste debía ser circuncidado al octavo día; y la madre, debía permanecer 33 días más purificándose de su flujo de sangre; al término de éstos, los padres debían presentarse en el templo para consagrar al niño al Señor. Y la madre, además, debía presentar una ofrenda de expiación. Todo esto, se muestra cabalmente en el Evangelio según San Lucas 2:21-40.
En este relato se narra además el encuentro de Jesús y sus padres con el anciano llamado Simeón, quien, movido por el Espíritu Santo, declaró que Jesús vino “para iluminar a las naciones”. En otros versos del Nuevo Testamento, vemos que Jesús afirma que Él es La Luz del mundo (Juan 3:19; 8:12).
Por supuesto, que en la Biblia no se manejan fechas exactas; sin embargo, se cree que aproximadamente en el siglo V, debido a que algunas religiones paganas celebraban el solsticio invernal el 25 de diciembre y el 6 de enero el aumento de la luz ―y por ende, adoraban al dios sol―, los cristianos de aquella época vieron en estas mismas fechas un símbolo evangélico para celebrar el nacimiento de Cristo, cuya luz ilumina a todo el mundo, mucho más poderosamente que el mismo sol. De allí que la palabra “Candelaria” cuya raíz latina es candēla, quiera decir: luces; no fuego, como algunos erróneamente creen.
Es por ello también, que se recurre a esta fecha, tanto en México, como en algunos otros países, para que a aquellos a quienes les apareció en la Rosca de Reyes el “muñequito” que simboliza al niño Jesús, deban hacer una fiesta para compartir con los demás la alegría, de que Jesús es la Luz del mundo y de sus vidas, al menos eso es lo que debiera simbolizar.
Los católicos tienen además, como rito litúrgico tradicional el llevar al “Niño Dios” (preferentemente el mismo que colocaron en la representación del nacimiento) a la parroquia “vestido ―hasta de futbolista―, engalanado y sentado sobre un trono”. En ese lugar, el o los sacerdotes bendicen a las imágenes y figuras de cerámica, así como las velas (candelas), para que la “luz de Cristo ilumine en sus hogares, aún en las dificultades”.
¿Y POR QUÉ CON TAMALES?
Este es un platillo cuyo origen se remonta a la época prehispánica. La primera referencia la debemos a Fray Bernardino de Sahagún, en su obra “Historia General de las Cosas de la Nueva España”.
Los náhuatles (precursores de los Aztecas) le denominaban tamalli, que quiere decir pan envuelto. Pero no es una comida que se deba atribuir exclusivamente a los mesoamericanos, ya que también existen similares en otras culturas precolombinas, de tal forma que, en Ecuador, Perú y Chile, las culturas Inca y Quechua tenían su propia variante en el “Humita”.
El por qué del consumo de este manjar prehispánico el Día de la Candelaria se debe a dos razones: la primera, porque era el plato destinado no sólo a las fiestas familiares (como el Zacahuil), sino también a las religiosas; y la segunda, por el supuesto carácter humilde de su preparación, considerado el desayuno o la cena de los pobres.
CONSTITUCIÓN
En México, la norma general de prepararlos es con masa de maíz y manteca de cerdo batidos hasta crear una pasta uniforme. Como relleno, existen los salados, como las corundas michoacanas; o aquellos que llevan carne de pollo o cerdo acompañados de salsa verde; rajas; mole; o hasta de achiote, lo que los convierte en tamales de cochinita pibil.
También existen los tamales dulces, aquí si no hay reglas escritas. El más común es el de fresa, pero también los hay de coco, piña, flan, pasas, frutas secas, entre otros; eso sí, todo tamal, antes de cocinarse ya sea en horno o en vaporera, va envuelto en hojas de maíz o de plátano.
Sin duda que los tamales son un indiscutible favorito de la gastronomía mexicana, y aunque el Día de la Candelaria sea el día de mayor consumo per cápita (hoy ya llevo cuatro, y faltan todavía los de la noche), son parte muy profunda de la idiosincrasia mexicana al grado de utilizarse como tono para el teléfono móvil: “¡Compre sus ricos tamales oaxaqueños…!”.
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