martes, 21 de marzo de 2006

¡Aquí se habla béisbol!

(Baseball spoken here!)

Take me out to the ball game.
Take me out to the crowd.
Buy me some peanuts and cracker jacks.
I don't care if I ever get back.
And it's root, root, root for the home team
If they don't win, it's a shame.
Cause it's one, two,
three strikes You're out At the old ball game.

-Canción compuesta por Jack Northworth.
(Solía cantarse al finalizar la sexta entrada de cada partido, ahora, los gringos “post 11 de septiembre” entonan una cosa que se llama “God Bless America”- whatever that means-)

Personalmente disfruté cada uno de los partidos del Dream Team mexicano, no sólo por las grandes jugadas defensivas, los batazos de Jorge Cantú, la presencia intimidante en el montículo de Esteban Loaiza y las rectas de humo de Oscar Villareal, sino, especialmente por la fanaticada.

Digo, no sólo eran los chicanos, eran también hordas de mexicanos, principalmente de los nichos beisboleros del norte (Sonora, Sinaloa, Baja California, Chihuahua, Nuevo León, etc.), los cuales viajaron y llenaron los estadios en los que se presentó este TRI, algunos pagaron cerca de 25 mil dólares por boletos de avión, noches de hotel y accesos a los partidos, vaya, parecía que jugábamos de locales.

Paisanos que hicieron, literalmente, suyo este mundial, que se metían con todo. Banderas tricolores por todos lados, algunos otros, con la playera de la selección de futbol –quizá el icono más conocido fuera de la bandera nacional-, caras pintadas, panzas decoradas, las clásicas cornetas y sombreros gigantes de palma… casi sentí aquel ambiente que se hacía en el extinto Parque del Seguro Social y sus inolvidables tacos de cochinita.

Algarabía en sus más altos decibeles. La ola, los gritos de “Mé-xi-co, Mé-xi-co”, el “sí se puede” –que nació con los niños campeones de Linda Vista, Nuevo León, en la serie mundial de béisbol infantil de 1997- y otros coros más locales.

Los nuestros eran un público muy exigente, en verdad. A los umpires (árbitros o jueces), cuando cometían un error en contra nuestra, no cesaban de silbarles claras referencias al día más celebrado del mes de mayo; a los jugadores, cuando deliberadamente no completaban una jugada, como sucedió a Vinny Castilla frente a Canadá, le gritaban hasta no poder más ¡mariquita!; en contraste, también celebraban los éxitos individuales con un “Te queremos Erubiel, te queremos”, y toda gamma de gritos que se escuchaban, incluso por encima de las voces de la transmisión televisiva.

Fue un partido cardiaco de principio a fin. Por los americanos habían grandes jugadores: en el montículo el abridor fue Roger Clemens, quizá uno de los lanzadores con más trofeos en su haber; estaban nada más tres Yankees: Johnny Damon, Alex Rodríguez, y Derek Jeter –dos de mis jugadores favoritos-; dos Braves: Chipper Jones y Jeff Francoeur; de los Red Sox: Jason Varitek; por los Reds: Ken Griffey Jr.; entre otros. Y prácticamente, hasta el último out no cesaron de amenazar.

Irónicamente, al ganar México (que ya estaba matemáticamente eliminado) por score de 2-1, dejó fuera del torneo no sólo al gran favorito, sino también al inventor de este deporte “de las inteligencias”. Y por si fuera poco, no fue la primera vez.

En una película mexicana –no recuerdo cual- decían “ahora los gringos ya hasta nos ganan en futbol”; pues bien, en su pasatiempo nacional, los mexicas ya van dos veces que los dejan en la lona. La primera fue en el preolímpico de la especialidad, en circunstancias muy similares, y de igual forma, la mayor satisfacción obtenida fue dejarlos fuera (a los gringos) de los Juegos de Atenas 2002.

Digo, sirvió de mucho que se fueran, horas antes del encuentro, a divertir a Disneyland. Y como diría un viejo refrán klingon: “bortaS blr jablu'Dl'reH QaQqu'nay'” -La venganza es un plato que se sirve mejor frío-.

Por lo pronto, el monarca de este primer Clásico Mundial de Béisbol es: JAPÓN. Bansai!

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