Soy un archirequeterrecontramega fan de los Atlanta Braves desde 1991. Todo comenzó por un jugador quien había estado antes con los Dodgers de Los Angeles y quien era contemporáneo de Fernando Valenzuela.
De aquella ya remota época jamás olvidaré, por ejemplo esa jugada en el 7° juego por el National League Championship Series (NLCS) donde el jugador en cuestión, quien por cierto era el corredor más lento del equipo: Sid Bream (lean con atención el autógrafo y busquen su significado), en una jugada suicida, corrió al homeplate desde segunda base e hizo que Atlanta calificará a su primera serie mundial. Vean el video que aparece a continuación, mismo que ya es uno de los momentos icónicos del deporte estadounidense.
Desde ese entonces siempre consideraba lo mejor, pero también lo peor del año, al mes de octubre. ¿Por qué? Pues porque la novena de la que soy seguidor siempre, de alguna u otra manera, calificaba a la postemporada (para los lectores panboleros esto es que pasaba a las semifinales).
Pero este año ya no será así. Mis tan amados Braves (usando términos del cronista Pepe Cegarra), "se quedaron en la lona", en un lastimero tercer lugar de la división Este de la Liga Nacional con un record olvidable de 79 juegos ganados y 83 perdidos; a 18 victorias del puntero, los odiosos Mets de New York.
¿Qué implica esto para un servidor?
Bueno, he de reconocer que es menos doloroso saber con una antelación de casi dos meses que tu equipo "no pasará", a tener que ver por TV su eliminación de la serie de campeonato, o peor aún, en la Serie Mundial (sólo ganaron en 1995).
Sin embargo, implica además no tener el privilegio de ver lanzar una vez más a mi pitcher favorito: John Smoltz (quien es por cierto es también el capellán del equipo).
Me cuesta pensar en que este gran siervo de Dios, y que ya es todo un veteranísimo en el Rey de los Deportes (tiene 39 años), sea cambiado de equipo, o bien anuncie su retiro para dedicarse a labores altruistas de origen cristiano; ésto último, empero, pensándolo bien, es mucho mejor.
Por otra parte, la cara famiglia (especialmente Die Walküre) ya no podrán gozar de mi involuntario juego de caras y gestos, ni de mis desentonados alaridos del tomahawk chop en plena sala con jersey, gorra y hacha en mano, ni de las palabrerías lanzadas hacia el televisor hasta en klingon a manera de catarsis.
Ayer terminó la temporada regular del béisbol de las Grandes Ligas y por primera vez no tengo un favorito para que la gane (¡No! No le voy a ir a los Yankees y mucho menos a los Dodgers).
Me conformaré con el refrán clásico de éste, el Deporte de las Inteligencias:
"Será hasta la próxima temporada".
De aquella ya remota época jamás olvidaré, por ejemplo esa jugada en el 7° juego por el National League Championship Series (NLCS) donde el jugador en cuestión, quien por cierto era el corredor más lento del equipo: Sid Bream (lean con atención el autógrafo y busquen su significado), en una jugada suicida, corrió al homeplate desde segunda base e hizo que Atlanta calificará a su primera serie mundial. Vean el video que aparece a continuación, mismo que ya es uno de los momentos icónicos del deporte estadounidense.
Desde ese entonces siempre consideraba lo mejor, pero también lo peor del año, al mes de octubre. ¿Por qué? Pues porque la novena de la que soy seguidor siempre, de alguna u otra manera, calificaba a la postemporada (para los lectores panboleros esto es que pasaba a las semifinales).
Pero este año ya no será así. Mis tan amados Braves (usando términos del cronista Pepe Cegarra), "se quedaron en la lona", en un lastimero tercer lugar de la división Este de la Liga Nacional con un record olvidable de 79 juegos ganados y 83 perdidos; a 18 victorias del puntero, los odiosos Mets de New York.
¿Qué implica esto para un servidor?
Bueno, he de reconocer que es menos doloroso saber con una antelación de casi dos meses que tu equipo "no pasará", a tener que ver por TV su eliminación de la serie de campeonato, o peor aún, en la Serie Mundial (sólo ganaron en 1995).
Sin embargo, implica además no tener el privilegio de ver lanzar una vez más a mi pitcher favorito: John Smoltz (quien es por cierto es también el capellán del equipo).
Me cuesta pensar en que este gran siervo de Dios, y que ya es todo un veteranísimo en el Rey de los Deportes (tiene 39 años), sea cambiado de equipo, o bien anuncie su retiro para dedicarse a labores altruistas de origen cristiano; ésto último, empero, pensándolo bien, es mucho mejor.
Por otra parte, la cara famiglia (especialmente Die Walküre) ya no podrán gozar de mi involuntario juego de caras y gestos, ni de mis desentonados alaridos del tomahawk chop en plena sala con jersey, gorra y hacha en mano, ni de las palabrerías lanzadas hacia el televisor hasta en klingon a manera de catarsis.
Ayer terminó la temporada regular del béisbol de las Grandes Ligas y por primera vez no tengo un favorito para que la gane (¡No! No le voy a ir a los Yankees y mucho menos a los Dodgers).
Me conformaré con el refrán clásico de éste, el Deporte de las Inteligencias:
"Será hasta la próxima temporada".
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